Cómo se vive la desigualdad
En Caracas proliferan los negocios dedicados al pequeño porcentaje de personas que puede pagar servicios de alto costo. Uno acaba de abrir al lado de mi casa.
Vivo en un apartamento en el que antes vivían mis padres y, antes de ellos, mi hermana. Queda al final de una colina y al lado había una amplia zona verde. Desde la ventana de la sala se ve una montaña al fondo: parte el cementerio del este, parte el Solar del Hatillo.
La zona había ya empezado a cambiar cuando la vieja y angosta carretera que comunicaba con el cementerio del este se transformó en una amplia avenida, al momento de construirse un pequeño centro comercial con una torre de oficinas. Esa construcción fue hace más de diez años, pero hasta hace nada seguíamos rodeados de verde. Todo empezó a cambiar el año pasado con la tala de ese pequeño bosque vecino. Fue triste porque ya este año no se oyó el canto de las chicharras en mi casa, un sonido que amo y que me transporta a la infancia, a la felicidad. Y es curioso, porque no tengo ningún recuerdo concreto asociado con ese sonido. Es como sentir que estás en casa y sonreír solo por esa certeza. Es, además, uno de los pocos signos del paso de las estaciones en esta ciudad tropical, junto con la temporada de mangos y las flores amarillas de los araguaneyes.
Mientras construían una pista de go karts junto a unos galpones de techo azul y paredes con cuadros de colores sin ventanas, había quien comentaba que esta nueva vecindad revalorizaría nuestras propiedades. Yo no sé si eso es verdad ni me importa demasiado; a mi me preocupaba el potencial aumento del tráfico pero, sobre todo, el ruido. Yo soy una persona de silencios. Callada para leer o para escribir, me acompañan si acaso algunos podcast favoritos en esos momentos fastidiosos que son los del trabajo doméstico. Así que me daba pavor la posibilidad de soportar una discoteca permanente con reggaetón a todo volumen. Pero mi temor resultó infundado: el local comenzó a operar hace como un mes y lo único que se escucha es un zumbido permanente que viene de esos carros corriendo hacia ninguna parte, dando vueltas en esa pequeña pista de carreras. A veces desde la cocina oigo algún frenazo o el grito de un niño emocionado. Como ha hecho tanto calor, con el ventilador encendido ni siquiera se escucha ese nuevo ruido del paisaje cotidiano.
La curiosidad es ineludible y mi hijo se puso a buscar en Instagram. Dentro de los galpones hay un parque con colchones y/o camas elásticas. También hay un restaurante; pero esto último lo supimos desde antes porque estuvo un buen tiempo la calle rota para hacerles llegar la tubería de gas doméstico. Para jugar a ser corredor de carreras por siete minutos hay que pagar veinte dólares. Después de años de formulación y evaluación de proyectos sociales me es imposible no sacar la cuenta del costo por minuto de entretenimiento: casi tres dólares. Me parece carísimo: ir al cine o al teatro me puede costar algo menos que dos minutos en la pista vecina. Y si es más de una persona, si además comen en el local, si además también brincan, quién sabe cuánto puede llegar a ser la cuenta por pasar allí un par de horas.
Es un servicio carísimo en esta ciudad donde todo sube menos los salarios de la gente. Sin embargo, el zumbido de los carros al lado de mi casa es constante desde que el local vecino abre a medio día. Así como también proliferan y están llenas las canchas de pádel, los restaurantes de lujo, y hasta un túnel de viento para sentir que vuelas, que hay uno por acá cerca. Al mismo tiempo, se vuelve a ver gente hurgando en la basura en las calles de Caracas cuando oscurece o muy temprano en las mañanas. Cerca de donde estaciono mi carro para ir a trabajar a veces duerme un indigente y casi a diario veo caminando por el centro de Caracas niños que deberían estar en la escuela, pero que andan por ahí sin uniforme. Cada vez son más los contrastes, aunque haya pasado el pavor de la escasez de comida de aquellos años terribles entre 2016 y 2018, y aunque nos hayamos acostumbrado a esta nueva desigualdad en la que vivimos.
Hay que aclarar algo: yo estoy en una posición privilegiada: tengo un lugar para vivir, mis hijos pueden estudiar, tengo un trabajo decente en el contexto del país. Aun así es difícil… lo que era sencillo en 2021, es cada vez más difícil. En ese tiempo se ha quintuplicado el costo de la educación de mis hijos, por ejemplo. No sé si alguien ha sacado la cuenta de cuánto es la inflación acumulada en alimentos; según mi bolsillo, es mucho. Pero soy afortunada y pese a la inflación y la precariedad, pese al cansancio, siempre me mantengo a flote.
Pensando en estas cosas he recordado a Alicia a través del espejo, especialmente aquella escena con la Reina Roja:
Alicia miró alrededor suyo con gran sorpresa.
—Pero ¿cómo? ¡Si parece que hemos estado bajo este árbol todo el tiempo! ¡Todo está igual que antes!
—¡Pues claro que sí! —convino la Reina—. Y, ¿cómo si no?
—Bueno, lo que es en mi país —aclaró Alicia, jadeando aún bastante— cuando se corre tan rápido como lo hemos estado haciendo y durante algún tiempo, se suele llegar a alguna otra parte...
—¡Un país bastante lento! —replicó la Reina—. Lo que es aquí, como ves, hace falta correr todo cuanto una pueda para permanecer en el mismo sitio. Si se quiere llegar a otra parte hay que correr por lo menos dos veces más rápido.
Esa imagen de correr a toda velocidad para permanecer en el mismo sitio me parece una metáfora poderosa sobre la autoexplotación a la que nos sometemos todos en estos tiempos de precariedad. Dedicar más horas al trabajo, ser más productivos, estar todo el tiempo ocupados. Como decía, he logrado mantenerme a flote este duro 2024, pero a qué precio. Entre mayo y septiembre escribí casi 90 páginas, adicionales a las responsabilidades de mi trabajo tiempo completo. Para lograr esos informes sobre temas muy distintos en tan poco tiempo tomé vacaciones para escribir y también escribí noches y fines de semana, parando solo para hacer mercado, cocinar, fregar y lavar ropa. Con una dedicación así podría haber escrito una buena porción del libro que tengo en mente, por ejemplo… pero hay hay que pagar las cuentas. Y esos meses sin siquiera ver televisión (bueno, sí me escapé cuatro días a la playa, como les conté aquí) me han permitido estar, por fin, al día con los gastos de la casa. Al menos, por ahora.
Sé que esta forma de vida, trabajando hasta la extenuación, no es una característica exclusiva de nuestra Venezuela en crisis; he leído testimonios semejantes desde medio mundo. Lo que sí nos caracteriza es que mientras una proporción mayoritaria de la población por más que se esfuerce aun sigue sin poder cubrir siquiera sus gastos de alimentación, otros tantos estamos corriendo con todas nuestras fuerzas solo para mantenernos en el mismo sitio y una pequeña minoría no tiene estas preocupaciones y se dedica a beber whisky, ir a los restaurantes de moda, jugar pádel y correr en estas nuevas pistas de go karts.
Esta creciente desigualdad, estos mundos paralelos en los que vivimos, explican el abrumador rechazo al gobierno en las pasadas elecciones, pero también las grandes dificultades del liderazgo opositor para conectar con las demandas y angustias de la gente común. Más allá de la represión y el riesgo que correrían los dirigentes si se sumaran a las concentraciones de los familiares de los presos políticos (donde denuncian que sus familiares pasan hambre), o las protestas por pensiones y salarios dignos o, las más comunes, porque no hay luz o no hay agua, lo trágico es que estos problemas cotidianos no aparecen en el discurso político opositor. Nos falta todavía un gran trecho para entender que todas las luchas son la misma y que para los más vulnerables la necesidad de resolver sus problemas es apremiante. Qué va a pasar el 10 de enero no es su única inquietud, probablemente es la menos importante.
Hay quien piensa que trabajar por resolver estos problemas es “colaboracionismo”, que participar en las próximas regionales, también. ¿Pero cómo va a mantener la oposición todo ese apoyo que se mostró el 28J y en las protestas posteriores si esa misma población percibe que no se piensa mover un dedo por ellos? No es un escenario fácil el actual, pero la única fuerza del liderazgo democrático es el apoyo popular y debe esforzarse por mantenerlo.
¿Cómo se resuelve ese dilema? Ojalá lo supiera, cualquiera que diga que sabe lo que hay que hacer está mintiendo. La realidad es que estamos en un camino muy difícil, que exige innovación y, sobre todo, unidad. La esperanza de cambio está en lograr esto para no seguir corriendo hacia ninguna parte también lo político.
Noticias para los lectores
Estas últimas semanas se han publicado varios videos de presentaciones sobre Mi padre, el Aviador. La primera conversación fue durante la Feria del Libro y la Lectura de Parque Cerro Verde y la segunda fue en una serie de podcast que Editorial Dahbar está produciendo para promover los títulos de su catálogo.
Como ambas grabaciones fueron con más de un mes de distancia, hoy veo con horror que estaba vestida casi igual en los dos videos. Pobre pantalón blanco, acaba de ser condenado al ostracismo.
magnifico articulo.
Enhorabuena por tu artículo