Conectar con las señales de estar viva
Este último mes ha pasado de todo. Encuentros, despistes agudizados, inventos. Aceptar(me) y lograr un balance son los retos para el próximo año.
Yo había prometido escribir más, enviarles esta carta dos veces al mes. Eso lo escribí en un momento triste y pensé que sentarme aquí más tiempo terminaría salvándome de algo. Aun creo eso. Pero la realidad se impone: la vida, cruel e injusta como es. Y la verdad es que tengo mucho trabajo por hacer, son muchas las páginas que debo entregar entre enero y marzo de 2025. Ahora, además, está por allí un concurso de ensayo en el que quiero participar, así que también debo dejar tiempo para que ese texto quede perfecto. Tengo que aceptar mis limitaciones, así que por ahora Conjeturas seguirá llegándoles el tercer domingo de cada mes, pese a los múltiples consejos de los substackers de moda, según quienes hay que publicar semanalmente si queremos que crezca nuestra base de suscriptores. Yo estoy contenta con las 249 personas que están dispuestas a leer mis peroratas y poquito a poco se van sumando más lectores. No hay prisa.
Quizás deba empezar el relato de este último mes con Gino. Yo estaba en un evento en un salón helado y me escapé poco antes del almuerzo para fumar (perdóname, mamá) y calentarme un poco al sol. Era en plena Avenida Francisco de Miranda, con el gentío caminando, el ruido de los autobuses y los cornetazos. Se acerca un señor muy mayor, alto y de hombros anchos, con poco pelo ya y caminando poco a poco con su bastón. Me saluda con su acento italiano y de la nada me empieza a contar sobre esta señora, que le gusta y el cree que ella le corresponde. Ella está molesta porque la llevó a su casa, pero luego le pidió que se fuera y ella no quería irse. El no quería que llegara su hijo del trabajo y lo encontrara en casa con una mujer, le daba vergüenza. Creo que es preciso destacar acá que Gino me dijo que tenía 90 años.
Varias cosas importantes puede uno concluir de este relato. La primera; me imagino que todos ustedes, al igual que yo, desean llegar a la edad de Gino con esa vitalidad y con el deseo intacto. La segunda cuestión que me llamó la atención es que fuera un hombre quien quería esconder de sus hijos su vida amorosa. Esto sí lo he visto en mujeres y lo he experimentado yo misma. Incluso recuerdo un cuento viejísimo de la abuela de un amigo, viuda, que se había enamorado y sus hijos no la dejaron casarse. Incluso en en mi juventud, cuando aun no sabía nada de feminismo, aquello me pareció opresivo e injusto.
Después de escuchar a Gino, me tocó aconsejar. Yo le dije que fuera a reconciliarse con su señora, que para luego es tarde. También le dije que cuál era el problema, que hablara con sus hijos. Pero eso a el le parecía conflictivo y creo que no tenía ganas de emprender esa pelea familiar. Gino me quería invitar un café, pero desistí porque tenía que volver al trabajo, así que nos despedimos. Hace tres días estuve otra vez en el mismo lugar y miré en todas direcciones, por si el azar me permitía volver a verlo. Pero no. No sé en qué habrá quedado esta historia de amor contrariado. En todo caso, Gino me recuerda que no hace falta tener 20 años para sentirse vivo.
Muchas cosas estuvieron en mi mente este último mes. Las amenazas a Provea y demás organizaciones, que persisten y se agravan, pero también la ilusión que apareció y que celebro aunque no se haya materializado. En medio de tantas cosas, mi despiste habitual se potenció al infinito: choqué (en mi defensa diré que esto fue el día anterior a la citación en el CICPC), llegué a la oficina varias veces sin la llave, se me cayó el llavero de la casa en una alcantarilla y tuve que pasar un buen rato con un alambre tratando de rescatarlas, un día casi muero del susto porque había perdido el estuche del maquillaje... Quizás el evento más surrealista fue salir un tanto eufórica de la librería Alejandría del CC Líder después de cantar a todo gañote “Hey, Jude” con una banda en vivo y encontrar el carro sin batería porque había dejado las luces prendidas. Iba arregladita, con vestido y sandalias, y me tocó hacer maromas con el vigilante para prender empujado el carro en un estacionamiento. El evento más reciente fue ayer, que al salir del supermercado dejé los huevos en el techo del carro mientras guardaba el resto de la compra en la maleta y los olvidé. Ya me iba a ir, cuando un gentil señor se me acercó con los huevos en la mano. En fin, he sobrevivido a unos cuantos desastres.
Pero estar viva no se refiere solo a andar ida por el reencuentro con ciertas emociones. También con moverse, con disfrutar. Así que me lancé a Caminarte con Anais, que es mi compañera de aventuras. Estuvimos por allá hasta que Desorden Público se montó en la tarima. Puede que no me lo crean, pero he ido a pocos conciertos desde que soy una señora de su casa, una mamá. Estuvimos en un concierto de Yordano hace quizás dos o tres años, que me hizo muy feliz. También he ido a varias cosas en la Concha Acústica, pero esos eran planes tranquilos, sentados en una sala o en unas gradas. Pero un concierto tipo los del Poliedro de mi juventud, creo que no iba desde el último concierto de Soda Stereo en 1997. Estaba recién casada y pocos días después me iba a estudiar a España. Fuimos un grupo de puras mujeres y era tal la multitud que no pudimos acercarnos a la tarima. Me dio como angustia que no podía respirar. Tenía entonces 25 años.
Casi 30 años más tarde estoy de vuelta en un escenario semejante, y ahí vamos Anais y yo buscando nuestra ruta en medio del tumulto, porque mido metro y medio pero suelo preferir ver algo más que las cabezas que me rodean. A la segunda o tercera canción habíamos logrado una ubicación decente y nos quedamos allí el resto del concierto. Hay una sensación particular al estar tan cerca de otros, ese movimiento que se contagia junto con el bajo que retumba en tus oídos y vibra en tu pecho. Cuando Desorden empezó a tocar “Esto es ska” se armó una rueda y empezó un grupo a bailar slam. Eso me recordó de inmediato a los conciertos de fines de los 80, cuando venían Charly García, Fito Páez, Soda Stereo y como banda local estaban Sentimiento Muerto, Desorden Público o Zapato 3. Me acordé de mis amigos del colegio y compañeros de mi primer taller literario, hoy todos regados por el mundo, y también de mi tío Domingo que, aunque era mayor, también era rockero. Lo realmente distinto en este concierto es que éramos mucha gente mayor (los que éramos jóvenes por allá en los 80) y, además, en este concierto no olía a nada, you know what I mean. Demasiada policía en los alrededores, supongo. Para una conexión completa con lo lúdico, lo festivo, solo me faltó bailar salsa. Por favor, lectores caraqueños, recomienden a dónde es que se puede ir a bailar, que no exija un servicio de whisky no apto para los bolsillos maltrechos de estos tiempos.
Este mes también me reconecté con el compromiso, con tejer redes. Porque independientemente del 10 de enero en este país hay muchos problemas por los que hay que moverse. Estamos construyendo una estrategia de acción conjunta con organizaciones de mujeres, quiero acompañar más el trabajo del comité por la libertad de los presos políticos, y también hay que mover a las organizaciones a enfrentar juntos las leyes que terminarán por cerrar la posibilidad de existencia de una sociedad civil autónoma. Esto también es estar viva.
Originalmente este texto terminaría aquí, con la esperanza de una sociedad que sigue organizándose y resistiendo pese a la represión. Pero entonces hace un par de días tuve que llevar a emergencias a mi hijo menor y acompañarlo en su primera operación. Eso me trajo a tierra de un golpe, porque además de todas esas motivaciones y deseos, soy principalmente una mamá. Mi centro es ese rol de cuidar, aunque ojalá fuera este un rol menos solitario, que alguien más se pudiera ocupar del carro porque es de noche y tienes que llegar a la clínica, por ejemplo Pero esto es lo que nos tocó en este país vaciado por la migración.
El reto de 2025 es la aceptación de todos estos intereses, todas esas contradicciones. Quizás encontrar un balance entre las demandas del mundo allá afuera (el trabajo, los oficios de la casa, las cuentas que hay que pagar) con este mundo interior que no quiere quedar sepultado bajo tantas obligaciones. Les deseo a ustedes que este nuevo año también les ayude a caminar hacia allá.
Me encanto este articulo lleno de esas cosas pequeñas, aunque no por ello menos importantes, que hacen que todo tenga sentido...claro en el contexto venezolano del 2024 esto cobra una dimensión surreal pero, que te puedo decir que tu no sepas. Gracias por ese pedazo de realidad cotidiana tan valiosa.
Que nuestro caminar nos conduzca a la libertad y a un mejor vivir. ¡Salud!