Ficciones verdaderas
Frente a quienes se dedicaron a vender ilusiones y salidas mágicas que sucederían el 10 de enero, he llegado a la conclusión de que es más útil la ficción como herramienta para comprender(nos)
Yo tengo muchos años tratando de moderar mi arrogancia; cuando era joven era realmente insufrible con esos aires de grandeza porque me había leído unos pocos libros. Pero aunque sea antipático afirmar “yo lo dije”, es un hecho que en septiembre cuando Edmundo se fue yo escribí que se juramentaría Maduro para un nuevo período presidencial.
Aunque pensé que quizás este mes les estaría enviando una crónica sobre los hechos en torno a la toma de posesión, no me interesa escribir más sobre eso. No tengo nada nuevo qué decir. Lo que resulta más llamativo es que durante diciembre hayamos tenido una campaña coordinada afirmando que Edmundo vendría a Venezuela y que se juramentaría el 10 de enero. No podemos saber si aquello era una carta al Niño Jesús, si la dirigencia efectivamente creía que eso iba a pasar o si era solo una estrategia de comunicación orientada a motivar la movilización popular en esa fecha. En todo caso, era una ficción que se le estaba presentando al país como si fuera un hecho real. Pero si a ficciones vamos, entonces prefiero las que honestamente se presentan como tales.
Recibí el año en la playa, trato de hacerlo todos los años, aunque a veces no se puede y a veces es demasiado corto. Este año fueron solo 3 días, pero los aproveché: fue un descanso y una desconexión pero, sobre todo, tiempo para leer sin tener que limpiar ni lavar ni cocinar ni trabajar. El 31 en la mañana terminé Ficciones asesinas de Krina Ber (recientemente fallecida), que fue sin duda el mejor libro que leí en 2024.
La novela es un relato distópico, que también tiene la estructura del género policial, donde los protagonistas deben desentrañar el misterio de una serie de muertes, y además es una historia de amor en una pareja de más de setenta años. Solo al final descubrimos quién es la narradora que decide incluir fragmentos del diario de Elizabet Rosenberg, la protagonista (no los voy a spoilear). Uno queda atrapado en la trama vertiginosa y en momentos entrañables.
Nunca se nombra la ciudad o el país, pero estamos en un gobierno autoritario, hay zonas de la ciudad restringidas a quienes tienen cierto carnet o suficiente dinero, hay escasez, apagones y falta de agua. Pero el problema central es la situación de los adultos mayores, que han perdido sus derechos y deben tener un joven que sea su tutor - responsable. Sin esa figura no pueden hacer ningún trámite frente al Estado. En un país en el que una generación completa emigró y los niños quedaron a cargo de sus abuelos, esta tutoría obligatoria impide a los más jóvenes reencontrarse con sus padres. No pueden irse mientras tengan ancianos a su cargo. Pero existe la posibilidad de saltarse las reglas y de rebelarse, como nos muestra Luca Bambino, el ex policía y ex detective privado que intenta investigar los presuntos asesinatos.
En este entorno sin libertad de prensa, las redes sociales y el boca a boca son las fuentes de información que quedan. Pero los vecinos de nuestros protagonistas son un poco el infierno, tanto en persona como en los grupos de whatsapp. Me recordó una comedia negra española de hace más de 20 años, donde la comunidad (lo que llamaríamos acá en Venezuela, el condominio) tiene un sistema de vigilancia sobre uno de los vecinos que había ganado la lotería. Me gustó tanto esa película que les dejo acá el enlace donde la pueden ver completa, aunque no venga al caso.
Como ustedes saben, yo no he estudiado formalmente literatura. He sido una lectora compulsiva, sí, pero sin saber mucho sobre cuál es la norma, qué es lo que se supone que debería estar leyendo. En alguna época fui fan de la literatura fantástica y luego de allí pasé a múltiples versiones del mito artúrico (por allí tengo una versión del siglo XIII, un poema épico de Tolkien -La caída de Arturo-, versiones infantiles y hasta una reinterpretación feminista reciente, The Mists of Avalon). En aquella lejana época de mis veintes, también coleccioné mitología nórdica y luego mitos de creación en general.
Después he tenido afanes con autores específicos: Pérez Reverte, José Saramago, Vargas Llosa, por ejemplo, y, cuando era profesora, sacaba de la biblioteca poco la obra completa de cada uno y me pasaba el trayecto en el metro, ida y vuelta entre Antímano y La California, leyendo. Luego están los descubrimientos en las mesas de novedades de cualquier librería, así llegué a Laura Restrepo, Santiago Roncagliolo, Juan Gabriel Vásquez o Leonardo Padura. Pero esa era otra época, en la que había librerías abundantes, que además tenían novedades, y en la que no dolía el bolsillo al comprar un libro. En años recientes, muchas de las cosas que he leído están en digital y vienen de los talleres en los que he estado, quizás el descubrimiento más importante fue Annie Ernaux, creo que ya he leído todos sus libros que han sido traducidos al español.
He leído poca literatura venezolana y eso lo siento como una limitación, que he estado tratando de corregir. Estas son las prioridades hoy a la hora de elegir qué viene en mi lista de lectura: venezolanos y mujeres. Si son mujeres venezolanas, tanto mejor. Casi la mitad de los libros que leí el año pasado son de nuestros autores, en este año en particular, todos siguen (seguían) viviendo en Venezuela.
Creo que ya lo he escrito aquí antes: me aburren un poco esas novelas en las que hay una gente buena buenísima que es víctima de un gobierno malvadísimo. Esa ausencia de matices, aquellos personajes planos sin conflictos, me parece que no valen la pena. Quizás exagero, no son así las últimas novelas que he leído como Los maletines de Juan Carlos Méndez Guédez o Nosotros todos de Manuel Acedo Sucre. Aun así, me han parecido muy potentes las novelas que se aventuran por el camino de las distopías. No solo Ficciones Asesinas, también Nocturama de Ana Teresa Torres o Las peripecias inéditas de Teófilus Jones de Fedosy Santaella. Creo que cuando el relato no pretende ser una representación de nuestra realidad se conquista una libertad creativa importante. Necesaria.
No me veo a mi misma en ese género, aunque me encanta leerlo. Siento que entre nosotros los llamados opositores tenemos tantas contradicciones, tanta dificultad para vernos a nosotros mismos, que también sería importante retratarlo, escudriñarlo. En otra época, hace muchísimo, cuando ni siquiera pensaba que alguna vez publicaría un libro, tenía en mente una historia que primero imaginé como obra de teatro y luego como novela: un amor contrariado, nuestros Romeo y Julieta caraqueños del siglo XXI, que no podrían ser ella chavista y él opositor (sería inverosímil), pero a ella sí la imaginaba ni ni. Es una categoría vieja ya, lo sé. Para que me entiendan, si la historia ocurriera en la actualidad, ella sería chavista disidente. Pero si alguna vez escribo ese relato no podría ambientarse en este tiempo porque no quiero escribir sobre la emigración, las protestas o la pobreza; ya he dedicado un montón de años de mi vida a escribir sobre esos temas en mi ejercicio como socióloga. Me interesa más elaborar sobre cómo llegamos hasta aquí, pero sin dramatismo. Esa historia siempre la imaginé como comedia. Quién sabe, capaz algún día la escriba, cuando salga de otros proyectos que son además cierres personales que necesito hacer, como un ensayo que me tiene la vida triste; no encuentro cómo cerrarlo.
Para terminar con esto de las distopías venezolanas les voy a pedir a ustedes, mis lectores, que me recomienden más textos como estos en los comentarios. Me interesa muchísimo.
Quizás esta carta mensual deba incluir esta duda a la que me enfrento: ¿me estoy enamorando, debería enamorarme? La inquietud surge de un proceso que ha ido en cámara lenta, con un largo preludio que es una invitación, un juego que me atrae, sin duda. Pero también me preocupa; ya he sufrido como heroína de telenovela por diversos formatos de amores imposibles: tiene novia, se va del país, largo etcétera… El peor de todos estos formatos es el que en realidad no te para y una no quiere verlo: el que se desaparece, no responde las llamadas, nunca te puede ver. Así que me asusta si estaré repitiendo viejos patrones autodestructivos.
La única forma de resolver esta incertidumbre y ahuyentar los miedos es que pasemos de la teoría a la praxis para revolucionar nuestras vidas. En este momento, esa es la la realidad que me importa.
Del tiro vi la película con esa super actriz española Carmen Maura. Su trama, puntos más o puntos menos, vista en el contexto venezolano, es terroríficamente coincidente con el sapeo, el tuntún y el consejo de "sin lloradera", que además va de la mano con la ausencia de escrúpulos. Es decir, sin el más mínimo valor por la vida humana.
No te voy a recomendar mi novela distópica venezolana porque sería pretencioso y ni siquiera ha salido a la venta 😅
Conoces a Rodrigo Blanco Calderon? Tiene un par de novelas que creo entran en la categoría, y parece que busca ahondar en la causa de nuestra caída en desgracia… yo empece a leer The Night y pinta bien, aunque hay algo que no me termina de convencer, pero quizás a ti sí te guste. Yo la dejé por otras lecturas, pero es posible que la retome
Un saludo y gracias por no darnos en la llaga con el tema de Edmundo 🥺