Nosotros durante y después de las primarias
Mi experiencia votando el 22 de octubre de 2023 y preocupaciones posteriores
Voto en uno de los centros más grandes del Municipio Sucre del Estado Miranda. En otros tiempos, en los que la población estaba mucho más movilizada, iba a votar muy temprano, preparada para pasar muchas horas bajo el sol. La espera más larga fue en el Referéndum Revocatorio de 2004: estuve en el centro de votación desde las 7 de la mañana hasta las 10 de la noche, con breves escapes hasta la casa para ir al baño o a comer. Cuando finalmente pude votar, llegué agotada y después de una ducha me lancé a mi cama sin interesarme por las noticias. A las 2 de la mañana me despertó el grito de un vecino: “¡NOOOO!”. Prendí la televisión a tiempo para ver en directo el anuncio oficial de que habíamos perdido el referéndum.
Después de aquella experiencia masiva seguía habiendo gente en mi centro de votación, pero nunca volví a pasar más de 12 horas esperando para votar. Alrededor del colegio se construyó por años una red de personas voluntarias que ordenaban la cola en la calle, que llevaban agua y comida a los miembros de mesa, que se quedaban hasta el final para ver el acto de escrutinio. Eran caras conocidas que veíamos año tras año. Creo que en las elecciones municipales de 2014 fue la última vez que las vi en este lugar, porque en las parlamentarias de 2015 fui testigo por la Mesa de la Unidad Democrática en un centro de La Urbina. No recuerdo cómo se movió este centro durante las Primarias de 2012 porque ese año estuve trabajando en una sala de totalización por invitación de mi querido y recordado Chispiao; así que llegué a mi centro con una credencial, voté y me fui corriendo a seguir trabajando.
La Consulta Popular que promovieron los partidos de oposición durante las protestas de 2017 se organizó en un parque cercano a mi centro de votación y es el mismo sitio en el que estaba programada la Primaria de la oposición en 2023. En aquel tiempo, las caras conocidas seguían estando allí para organizar a los votantes. Ir a votar era encontrar y saludar a mucha gente. Desde 2018, votar fue ir a un lugar desierto. No sé si los voluntarios de siempre se sumaron a los llamados a la abstención o si forman parte de nuestra larga lista de migrantes.
La votación del domingo 22 de octubre finalmente fue en otro lugar, otro parque en una avenida menos céntrica. Me enteré a tiempo y llegué a votar a media mañana. Usualmente, tenemos más de 10 mesas en una elección con el Consejo Nacional Electoral, esta vez había solo 2. Hubo cola, yo esperé una hora para votar. No vi los voluntarios de siempre, creo que la migración se debe haber llevado una buena parte de ellos.
Después, me fui a buscar a mi mamá para llevarla a votar en su centro del municipio Baruta. También había gente, volvimos a esperar una hora para que ella pudiera votar. Mi deseo era salir a pasear por Caracas a ver cómo estaban los centros de votación pero finalmente no pude, me tuve que conformar con las imágenes que circulaban por las redes sociales. La información disponible daba cuenta de una participación masiva por toda la ciudad, incluso en las zonas populares. Imágenes semejantes venían también de otras ciudades. Es una buena noticia, parece que hemos superado la cruzada abstencionista de los últimos seis años.
Con el primer boletín de la Comisión Nacional de Primarias esa noche pudimos saber que habían participado más de dos millones de votantes, una cifra que superó los pronósticos basados en las encuestas más recientes. Y, pese a la firma del Acuerdo de Barbados que establecía, entre otros puntos, que cada sector tenía la libertad de escoger cuál sería su candidato en las futuras elecciones presidenciales, desde distintas instituciones del Estado se empezó a cuestionar a la Comisión Nacional de Primarias, acusándola de fraude. El pasado viernes los miembros de esta comisión fueron citados para presentarse a la Fiscalía el próximo lunes 30 de octubre.
Todo tiene cierto aire de déjá vu, porque María Corina Machado sigue diciendo “hasta el final” y “es el pueblo el que habilita”. Podríamos estar en presencia de una nueva intensificación de la polarización. Hay quienes leen el reciente incremento de las tensiones entre Venezuela y Guayana por el Esequibo como una excusa que permitiría o bien unificar al país bajo banderas nacionalistas (lo cual podría significar ventajas electorales para el gobierno), o bien suspender las elecciones presidenciales ante la escalada del conflicto.
En cualquier caso, las apremiantes necesidades del pueblo venezolano siguen lejos de ser un punto importante de la agenda política. Sin vías claras para la reinstitucionalización del país y para una mayor apertura del sistema político, la dramática situación laboral, de las escuelas, de los hospitales, de los servicios de luz eléctrica y de agua potable seguirán sin solución en el horizonte. Sin mínimos acuerdos de convivencia política seguirá siendo imposible construir soluciones sostenibles. Duele imaginar el sufrimiento que significará que sigamos hasta 2030 con dos grupos políticos peleando por una piñata que está medio vacía, mientras el grueso de la población sigue padeciendo las peores consecuencias.
Pero hay muchos sectores que prefieren la confrontación. Que creen que sus posturas éticas son incuestionables y que no pueden ser evaluadas en función de la eficacia de sus resultados; es decir, es irrelevante si sirven o no para consolidar una ruta que nos lleve a la democratización. Con esa cruz tenemos que cargar, porque esas posturas inflexibles cuentan con apoyo y con sus propios canales de difusión. La pregunta, dura, es cómo hacemos los que pensamos distinto para poner otros temas y agendas en la discusión política. Por un tiempo, la campaña electoral por las primarias generó un espacio para ello. Esperemos que en esa coalición que se organiza de cara a las presidenciales de 2024 todas las voces tengan cabida y que no se olviden las necesidades de las mayorías.
Noticias para los lectores
Hace un par de meses se publicó en Provea un trabajo que aborda cómo el incremento de la pobreza en Venezuela se asocia con un debilitamiento del estado social. Les invito a leer esta publicación en la que trabajamos Carlos Aponte, Pilar Desirée González y yo.
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