Ser mujer en el siglo XXI
Aspirar a la igualdad, pero seguir a cargo del peso de los cuidados
Quizás ahora, una semana después de celebrar el Día Internacional de la Mujer, es buen momento para confesar públicamente que odio los quehaceres domésticos. No es que me fastidian, no. Los odio visceralmente. Odio barrer y pasar coleto y ordenar la casa me genera gran ansiedad. En esta vida de madre trabajadora claro que tengo que ocuparme de la casa, pero las ocupaciones son las mínimas indispensables: hacer mercado, cocinar, lavar y ordenar la ropa, atender a los gatos.
Esta escasa disposición a pasar horas dedicada a atender la casa tiene efectos: por ejemplo, hace varios años que no pongo decoración navideña. Son muchas horas buscando cajas en el maletero, subiéndolas a la casa, armando el árbol, poniendo luces y adornos. Siempre terminaba con fuertes crisis de rinitis por abrir esas cajas que llevaban cerca de un año guardando polvo. Pero peor que poner la navidad es quitarla, porque ya no hay emoción alguna. Es solo el horror de pasar todas esas horas, otra vez, quitando y guardando los peroles. Quizás los muchachos ayudarían a poner los adornos por la emoción de decorar, pero a nadie le emociona eso de quitar todos esos cachivaches atravesados. Y uno, que trabaja tiempo completo, debe entonces tomar un fin de semana para pasar unas cuantas horas con esto. Pero también hay que hacer mercado y cocinar para la semana. Casi siempre estoy cansada y necesito dormir para reponer fuerzas, así que quitar la navidad es un esfuerzo adicional en medio de otras muchas responsabilidad. La última vez que puse el arbolito estuvo allí hasta Semana Santa; tener varios días libres fue lo único que me dio tiempo para, además de los oficios y de descansar, también pudiera hacer este trabajo extra. Ese año fue cuando decidí que ese esfuerzo no lo hacía más y regalé el árbol y los adornos.
Tampoco hago fiestas ni invito a nadie a mi casa. Supondría el trabajo inicial de ordenar libros y demás regueros de mi vida cotidiana para que la casa esté presentable. Además está el montón de cosas qué limpiar al día siguiente. No, gracias. Mejor nos encontramos para un café o nos vamos a tomar cerveza y comer pizza.
Probablemente ustedes que leen esto pensarán que soy una mala madre, una mala ama de casa. Y ciertamente lo soy de acuerdo con los estándares con los que las mujeres somos juzgadas. Pero me levanto cada día a las 5 de la mañana para hacer los desayunos, las loncheras que cada quien lleva (al colegio, la universidad, el trabajo), poner agua y comida a los gatos, dejar todo limpio y ordenado antes de salir a las 7 a llevar a mi hijo a clase y luego ir a la oficina. No suelo volver a casa antes de las 5; si el peque sale más tarde de su práctica o anuncia que hay que ir a comprar materiales para una tarea, probablemente no llegue a mi casa hasta las 6. Y a esa hora hay que preparar la cena, organizar la ropa, ver si hacer falta lavar y organizar el almuerzo del día siguiente.
Es muy agotador. Tanto, que mi mesa de noche se llena de los libros que no he podido terminar de leer. En esta rutina a la que he vuelto en las últimas semanas, después de la emigración del papá de mis hijos, ya no encuentro tampoco tiempo para escribir. Soy esta máquina que solo sirve para dos cosas: ganar el dinero que permita pagar las cuentas y dar el mínimo mantenimiento al espacio en que vivimos. Así que espero puedan comprender que no tengo ni una pizca de energía para ser anfitriona de nadie.
Claro, los muchachos ayudan. Hay apoyo para cocinar, poner la mesa, fregar los corotos. Pero en última instancia, la responsabilidad es mía. Solo yo estoy desde el día anterior repasando en mi mente lo que queda en la despensa y cómo organizar con eso el menú para el día siguiente. Sólo yo llevo la cuenta de cuándo hay que comprar detergente para la ropa o papel toilet.
Y yo soy una mujer privilegiada, que tiene un buen trabajo y se puede permitir que alguien venga a casa a hacer la limpieza profunda. Sin eso, tendría que dormir menos horas y no podría descansar los fines de semana porque estaría cambiando las sábanas, lavando los baños, pasando coleto, quitando la grasa de la cocina. Otras mujeres están tomadas por estas responsabilidades y el cuidado de sus niños y no se pueden permitir trabajar.
Valga este desahogo para recordar que las desigualdades de género persisten y que en Venezuela se han ampliado en el marco de una Emergencia Humanitaria Compleja. Sin servicios públicos de calidad, son las mujeres las que tienen que organizar las responsabilidades domésticas en función de la hora y el día en que llega el agua; y si el agua llega a las 11 de la noche y toca no dormir para lavar la ropa, entonces son las mujeres las que se deben trasnochar. Son ellas las que llenan las colas para comprar gas doméstico y las que se tienen que quedar en casa con sus hijos ahora que el sistema escolar público no garantiza clases presenciales de lunes a viernes.
¿Cómo podemos balancear estas cargas? ¿Cómo podemos las mujeres dedicarnos a las actividades que nos harían sentir más realizadas, más completas? ¿Cómo pueden las mujeres venezolanas participar más en la esfera política, en la toma de decisiones? Son preguntas ausentes en nuestro debate público. De esto no hablan ni siquiera las mujeres que están en la palestra, las diputadas, las candidatas. En esta regresión conservadora que han significado los últimos 20 años, las mujeres solo son madres que quieren que sus hijos migrantes regresen, solo así aparecen las mujeres en los mensajes de campaña.
La celebración del 8 de marzo en Caracas estuvo dividida, como es ya costumbre: por la mañana hubo una marcha de las trabajadoras de la salud, en la tarde se convocó una concentración desde organizaciones feministas. Creo que no hubo mención alguna por parte de la Plataforma Unitaria o la candidata, María Corina Machado. El gobierno también anunció su propia marcha para llevar unos restos simbólicos al Panteón Nacional. Esta fue la más curiosa de las tres manifestaciones, porque allí no se pedía ninguna reivindicación para las mujeres, que tienen tantas exigencias. Siempre me parecerá extraño que ese día no se exijan derechos, sino que se manifieste a favor de un gobierno o un partido político.
Foto cortesía de Provea
Sobre esta situación de desigualdad de las mujeres conversamos Anais y yo en el primer episodio de nuestro podcast, Kairós. Sociología para llevar. Lo pueden escuchar en este enlace. Fue nuestra primera prueba, a ver cómo nos salía esta idea de un podcast de divulgación. Estamos contentas con el resultado, pero ahora nos falta organizarnos un poco mejor: tener un logo, nuestro propio canal de YouTube, etc. También una mejor planificación de la grabación, para que Anais deje el pánico de que nos convirtamos en un meme. Les estaré avisando por acá.
Pero quisiera aprovechar para que ustedes me cuenten en qué plataforma les parecería mejor que compartiéramos ese contenido. Si escogen “otra plataforma”, por favor nos cuentan cuál sugieren en los comentarios.
Y ahora los tengo que dejar. Aún no he hecho mercado este fin de semana…
Noticias para los lectores
Hugo Prieto me hizo una entrevista a propósito de “Mi padre, el Aviador” que fue publicada hace unas semanas en Prodavinci.
Gracias por este texto. A veces se me acumulan las entradas pero siempre te leo. Me hiciste recordar el concepto de "carga mental" que recientemente leí en el libro Mamá desobediente, una mirada feminista a la maternidad. Te dejo la cita por aquí: "Aparte de asumir una mayor cantidad de trabajo, las mujeres se responsabilizan de las tareas de coordinación de la vida doméstica, algo que se complejiza cuando hay personas dependientes a cargo. La ilustradora Emma Clit refleja esta realidad en el cómic La carga mental, donde recuerda que las mujeres tenemos que estar siempre alerta y tenerlo todo en la cabeza [45] . Una carga mental que es resultado de compaginar trabajo doméstico y asalariado, y que significa tener que desdoblarnos permanentemente para articular dos ámbitos que funcionan con lógicas y tiempos distintos. Las mujeres tenemos una «doble presencia» constante en la esfera productiva y reproductiva, y no hacemos solo un trabajo detrás de otro [46] . En definitiva, estar a cargo de la organización del trabajo de cuidados implica que nunca podemos desconectar".
Abrazo grande.