El año pasado me encontré por azar en Scribd Salvajes de una nueva época. Ya saben, los caraqueños con pocas librerías y con menos novedades aún -sobre todo si no son posibles super ventas- debemos recurrir a los libros digitales para sobrevivir al aislamiento. No conocía a Carlos Granés, leí aquel libro solo porque me llamó la atención, sin más. Me resultó muy provocadora esa mirada sobre la política en relación con las propuestas artísticas porque para una socióloga como yo, dedicada por años a la estratificación, a la medición de las condiciones de vida y la desigualdad, es un muy atípico punto de partida. Tengo por allí una lista de lecturas pendientes tomadas de aquella bibliografía, pero, sobre todo, quería seguir leyendo a este particular ensayista colombiano.
Ayer terminé Delirio americano. El libro me tomó un buen tiempo porque son 730 páginas. Narrar la historia del siglo XX en América Latina es ya de por sí un desafío por la amplitud de la tarea, pero más aún si se quiere conciliar en un mismo relato la historia del arte y la literatura con la historia política del continente. El libro cumple bien con ese cometido. La narración va de un país a otro, de una corriente a la contraria y así va avanzando hasta llevarnos desde la muerte de José Martí a la de Fidel Castro, con la cual para Granés concluye el siglo XX latinoamericano. El texto atrapa y emociona. A veces también molesta, cuando en ese paso veloz por más de cien años de historia algún libro que fue importante lectura resulta cuestionado en apenas unas líneas. Pero el argumento del proyecto, que los latinoamericanos no somos especialmente víctimas de nada y que abandonar ese papel es necesario para convertirnos en verdaderos actores de nuestro futuro, lo comparto plenamente. Es un libro que les recomiendo.
El origen y la importancia del antiimperialismo
Después de la amplitud de este trabajo, a mí me ha parecido importante conectar con preocupaciones que han sido recurrentes en mucho de lo que han escrito los venezolanos en estos años padeciendo las consecuencias del chavismo. Uno de los tópicos recurrentes han sido los cuestionamientos sobre la falta de solidaridad de los movimientos progresistas e, incluso, del movimiento de derechos humanos de la región frente a las violaciones de derechos humanos en Venezuela. Sobre esto he leído a María Isabel Puerta, a Gisela Kozak y Rafael Uzcátegui le dedicó un libro a este debate: La rebeldía más allá de la izquierda. Sin embargo, toda esta discusión se centra en el cuestionamiento a aquellos líderes políticos y sociales que, aún habiendo sido también víctimas de gobiernos autoritarios en sus países, no eran capaces de empatizar con el sufrimiento de los opositores venezolanos. No hemos ahondado en el por qué de esta solidaridad automática o, incluso, la pretensión de que las múltiples denuncias de la sociedad civil venezolanas son falsas. Me parece que encontré una respuesta para esto en Delirio Americano.
El libro comienza con un breve perfil de José Martí, a quien llama el último romántico y el primer modernista, que luchó contra España y también prefiguró el riesgo que significaba para Cuba y para América Latina el imperialismo estadounidense y se convirtió en un mártir en la lucha por la independencia de Cuba.
Cuando Estados Unidos toma parte en la guerra de independencia, derrota a España y se convierte en efectivamente en un poder capaz de tomar Puerto Rico y mantener un dominio sobre Cuba, el pensamiento y la literatura latinoamericanas se centrarán en definir la identidad de la región y lo harían en oposición al poderoso vecino del norte. A lo largo del libro vamos viendo el desarrollo del pensamiento social y político latinoamericano que, pese a sus diferencias ideológicas o nacionales, tendrán en su origen común este anti-imperialismo de inicios del siglo XX.
Entonces, no importa que la Revolución Bolivariana haya destruido la economía sin que hubiera una guerra (hemos perdido 80% del PIB desde 2014 a 2020), que haya presos políticos y tortura, que millones de venezolanos recorran América del Sur caminando para salvarse de esta calamidad. No importa siquiera que en Venezuela no se apruebe el matrimonio igualitario, el aborto o la identidad trans. La solidaridad de los movimientos de izquierda latinoamericanos no es por la formulación de políticas o los logros en materias de derechos e inclusión. Lo central no es eso sino el discurso anti-imperialista, que es lo único en lo que han sido constantes los gobiernos de Chávez y Maduro desde 1999.
La noción de víctima
En este artículo que publiqué hace un par de años había empezado a trabajar la noción de víctima. No en las víctimas abstractas o generales como los oprimidos o el pueblo, sino las víctimas de carne y hueso que hemos sufrido la represión del chavismo. En ese texto mi mirada estaba exclusivamente en el relato personal, pero luego en la preparación del libro sobre la muerte de mi padre en El Helicoide (que se publicará este año) hubo mucho trabajo y lectura sobre la idea de víctima, qué la caracteriza, qué tiene permitido, qué se espera de ella. El libro de Daniele Giglioli, Crítica de la víctima, fue uno de los que leí y releí y que me permitió dar forma a lo que ya intuía a partir de mi propio relato personal: el gran rendimiento político que tiene ser víctima pero, a la vez, la gran limitación que impone la condición de víctima para la libertad y la autonomía individual. Por eso mismo mi primer impulso fue titular el libro “No somos víctimas”, pero luego en un momento de realismo me dije no habrá quien lea (y menos aún, quien edite) un libro con un título semejante.
En Delirio americano no se trata de víctimas concretas de la violencia o las violaciones de derechos humanos, que hay muchas en América Latina, sino de la construcción del pueblo (o los indígenas, o las mujeres, o los afrodescendientes) como víctimas y el uso político de estas identidades por parte de experimentos populistas y autoritarios de toda índole durante el siglo XX latinoamericano. Incluso, este victimismo se extendería luego a toda la región. Dice Granés sobre el pensamiento de los años setenta:
“Por todas partes parecía haber sogas, cadenas y yugos; dependencias, opresiones y sometimientos. (…). Empezaba la victimización generalizada del continente entero, la aparición del latinoamericano víctima.”(p. 500).
El trabajo no niega la desigualdad y la exclusión que efectivamente existen en las sociedades latinoamericanas; lo que cuestiona es la postura victimista que, en consecuencia, excusa cualquier acto que busque reivindicar a quienes han sufrido y reparar el daño. Y así hemos justificado los desmanes del caudillo populista de turno. No podría estar más de acuerdo con este planteamiento. De hecho, esa es mi principal preocupación para Venezuela: cómo evitar ser los verdugos del futuro al hacer memoria y reivindicar el daño sufrido. La reconciliación es un gran problema para la democratización, pero es una discusión para otro momento.
La noción de sacrificio heroico
Una de las cosas que me incomodaban intensamente durante las protestas de 2014 y 2017 fue el discurso que ensalzaba el sacrificio para recuperar la democracia. Entender como héroes a los jóvenes asesinados en las protestas. La repetición día tras día del mismo guion de salir desarmados a marchar hacia los piquetes de la Guardia donde a los manifestantes les esperaban las bombas lacrimógenas, los perdigones y las balas. Siempre me pareció irracional y por eso no marché. Delirio americano muestra que Esta es también un factor común del continente. Dice Granés:
“Porque detrás de Martí vendrían muchos otros poetas, visionarios y utopistas dispuestos a liberar el continente una y otra vez, eternamente, de los molinos de viento que lo atenazaban. Altruistas y desmesurados, quisieron arrastrar a América Latina a mejores puertos, a tierras alumbradas por sus fantasías y sus más extraordinarios, salvíficos y en ocasiones sangrientos delirios.” (p.12).
Los venezolanos seguimos anclados a esa mirada del siglo XX latinoamericano. Y así como no entramos al siglo XX hasta la muerte de Gómez, no empezaremos a enfrentar los desafíos del siglo XXI hasta que finalice el experimento del chavismo. Ojalá para volver a construir instituciones que poco a poco, sin más revoluciones, sienten las bases para la convivencia y el bienestar.
El populismo en los países desarrollados
Las últimas páginas del libro relatan el ya conocido debilitamiento de las democracias en Europa y Estados Unidos a partir de cómo las prácticas populistas latinoamericanas, de Perón a Chávez, se expanden fuera del continente. en las primeras décadas del siglo XXI. Si bien es interesante el paralelismo y hasta la coincidencia de los actores, sobre todo en la política española, me parece un tanto excesivo hablar de “latinoamericanización”.
Lissette socióloga vuelve a tomar el control para recordar el aumento de las desigualdades en los países más desarrollados, la desindustrialización por efecto de la globalización y, sobre todo, la pérdida de la esperanza en un futuro mejor que sí tenían los trabajadores europeos y norteamericanos de los años de posguerra. Hay un cambio material en el mundo y, desde mi punto de vista, ese es el principal factor asociado al declive democrático. Sin eso, ningún performance populista, por bien diseñado que estuviera, podría haber hecho mella en las democracias de aquellos países.
Apreciada Lissette la frase de tu texto "definir la identidad de la región... en oposición al poderoso vecino del norte" y el comentario de Gómez Calcaño me hace pensar en una élite del país con mentalidad colonialista. En donde la élite "habita en la metrópolis" y la población (el resto del país colonizado) es, el mejor de los casos, "clientes" con los que se puede intercambiar servicios o, en el peor de los casos, masa que puede utilizarse cuando es necesario para legitimar el orden político. En ambas casos, la población nunca se define como ciudadanos con deberes y derechos.
Hay todo un dispositivo cultural que nos arrastra al populismo, no importa el signo. No hemos podido superar esa marca de nacimiento. Es como una maldición que nos persigue. Todos somos víctimas, pero no todos nos victimizamos. Disfrutamos de esa polaridad porque alimenta el populismo. Honestamente no sé si podamos erradicar esa dinámica. Da créditos políticos y suma votos en las urnas. Vamos como decía Lenin, un paso adelante, dos pasos atrás. El pueblo pobre, el pueblo víctima, el Cristo roto. En fin, mil y una justificaciones para no pedirle rendición de cuentas al intocable y mimado soberano. Cada quien tiene una responsabilidad. Entonces que la asuma y punto.