La sociología no es consuelo
Rescatemos a R. K. Merton y el concepto de privación relativa a propósito de las penurias del último mes
Yo tengo mala suerte con los carros. Supongo que tiene que ver con la falta de dinero y siempre estar haciendo las reparaciones mínimas indispensables para mantenerlos andando. Pero empezamos 2025 con los dos carros dañados y sin poderlos arreglar, así que hemos pasado el último mes en taxis, pidiendo cola, yendo a pie a hacer mercado y demás problemas cotidianos.
Los lectores que no son caraqueños se preguntarán por qué tanta angustia por tener carro. Cómo les explico, el transporte público siempre ha sido insuficiente en Caracas, pero todo empeoró después del apagón del 2019, la escasez de gasolina y la pandemia. En mi caso, vivimos a unos 2 kilómetros de la estación de metro más cercana, el metrobús no llega hasta donde vivo, habría que caminar unos 10 minutos para llegar a una parada donde no se puede saber cuándo llegará el próximo. Antes había una línea de autobuses que sí llegaba hasta estos predios, pero fue una de las rutas desaparecidas en medio de la emergencia humanitaria.
Estamos en una esquina del sureste de la ciudad, yo trabajo en el centro, mi hijo mayor estudia en Montalbán y el menor, en La Castellana. Cuando funcionan los dos carros (extraño esos tiempos), el mayor se lleva un carro a la universidad y yo con el otro llevo y traigo al pequeño, además de ir a trabajar. Cuando tenemos solo un carro, salimos los tres juntos a las 7 de la mañana, dejo al pequeño en su colegio, dejo al grande en su parada de autobús a la universidad y me voy a trabajar. Al regreso del trabajo, busco al pequeño y nos vamos a la casa. Posiblemente, más tarde toca salir a buscar al grande a algún lugar de Caracas para que no llegue tan tarde y no tenga que gastar en taxi.
Pero sin ningún carro, nos ha tocado taxis, pedir si alguien nos puede llevar, he trabajado más desde casa, todo mientras lograba un taller de confianza a precios razonables y también juntar el dinero necesario (que terminó siendo bastante).
En el colegio del pequeño, mi carro es viejito y humilde, porque aquello está lleno de super camionetas; pero en la universidad, el mayor es de los pocos que solía ir manejando su propio carro. Qué es tener dinero o no tener, qué es estar bien o ser pobre no necesariamente es un concepto absoluto, depende de con quién y cómo se hace la comparación.
Me da vergüenza andar quejándome, cuando hay gente que aprecio que no tiene un ingreso fijo y sé que debe contar cada bolívar y ver si le alcanza para el pasaje. Además, como me dedico a investigar sobre la situación social de nuestro país, sé que nuestra situación es en realidad privilegiada. Tenemos un lugar donde vivir, no nos suele faltar el agua o la luz y en la nevera suele haber comida suficiente y variada. Pero ese conocimiento que me da la sociología no es consuelo cuando se acumulan otras deudas y cuando al tratar de armar un presupuesto parece imposible que los ingresos sean suficientes para asumir todos los gastos y, además, se vayan acumulando en la casa, otra vez, reparaciones que no puedo hacer porque hay otras necesidades más urgentes.
Para mis hijos, que no son sociólogos, al comparar nuestra situación con sus compañeros de colegio, miembros de clubes, que tienen casas de playa y viajan a Europa o Estados Unidos en vacaciones y que tienen el último Iphone, nosotros somos de los pobres. Pero la semana pasada el pequeño estaba cumpliendo sus horas sociales como voluntario en José Félix Ribas, en Petare, y cuando le sirvieron de desayuno en esa escuela un jojoto cubierto con queso blanco rallado pensó “perro, nosotros sí tenemos plata”. Aun en los tiempos de escasez, siempre en nuestra casa hubo de desayuno arepa (en los peores momentos, de yuca), arepa andina, empanadas, domplinas o mandocas… lo que se pudiera cocinar con lo que se conseguía en el supermercado, y siempre con alguna proteína. El no sabía que hay gente que desayuna jojoto o plátano hervido. Con café, solo si hay suerte.
Esto nos sirve para constatar que si bien hay mediciones que buscan establecer de forma objetiva la situación socioeconómica de las personas (si un hogar es pobre o no, si es de clase media, etc.), para los actores en su vida cotidiana la autopercepción resulta de un proceso de evaluación que es relativo. El siglo pasado Robert K. Merton hablaba del concepto de grupos de referencia y la noción de privación relativa: los actores evalúan su posición según sus grupos de referencia, que pueden ser positivos (como los compañeros del colegio ya mencionados) o negativos (como los niños de Petare), y a los que puedes pertenecer o no.

Habría que mirar nuestro actual impulso consumista y la presión desde las redes sociales a través de este prisma de los grupos de referencia; que ahora están compuestos por los influencers, quienes nos marcan cuáles son las tendencias sobre moda, restaurantes, cine o viajes. Con ellos nos comparamos, y nos frustramos porque la vida real se parece poco a esos reels perfectos que llenan Instagram. No somos tan flacos y fotogénicos, no vamos a ir a la mayoría de esos restaurantes ni viajaremos a todos esos sitios de ensueño.
Sería largo acá hablar sobre cómo buscar una buena vida, que no creo que sea con dinero o con cosas materiales. Además, ya escribí sobre eso hace un montón de años en la vieja versión de Conjeturas. Les dejo por acá la imagen y el texto lo pueden leer aquí.
Pero aunque el dinero nunca ha sido mi principal meta sino un instrumento necesario para garantizar unas comodidades básicas, pega cuando la situación se pone dura. Como cuando quedo debiendo visitas porque no tengo carro, o cuando paso un mes sin ir al Parque del Este y temiendo haber perdido la floración de los araguaneyes. Pero ayer pude ir y me hizo feliz que no me la perdí, apenas está empezando.
Finalmente llega la reconciliación con mi cotidianidad porque el primer carro salió del taller el viernes antes de que saliera esta nueva edición de Conjeturas y, si no ocurre ninguna catástrofe (esperemos), el segundo se podrá arreglar dentro de un mes. Los amigos están allí y apoyan así sea con palabras de ánimo, o compañía, o un video divertido en un chat. En estos días además celebramos el día del sociólogo y el antropólogo y me encontré con muchos colegas que no veía hace mucho tiempo, que siempre es grato. Los hijos crecen, aprenden, son buenos muchachos. ¿Qué más se puede pedir?
Bueno, yo pediría no sentirme tan sola, tan fuera de lugar en todas partes. Y también, menos estrés y más tiempo para leer y para escribir. Poco a poco, capaz un día también logramos todo eso.
Noticias para los lectores
El próximo 12 de marzo se cumplen 10 años de la muerte de mi papá en El Helicoide. Quiero organizar algún evento, pero aun no hay detalles; les avisaré por acá y también en mis redes. Pero, aunque no me puedan acompañar, siempre puede ser buena oportunidad para que compren su ejemplar de Mi padre, el Aviador en librerías en Caracas y Barquisimeto, también en Amazon.
Gracias, Lissette. Tu escrito es cada uno de nosotros. Soy una jubilada. Cuento los dolaritos que me quedan por un trabajo que tuve y qué suerte, eh. Espero seguirla teniendo porque también es prioritario ir a ver a mis hijos y nietos a los confines del mundo. Viajar, en mi caso, es una necesidad. No es nada fácil para los hijos que se fueron venir a verme con dos hijos cada uno que tienen pasaportes no queridos en este, nuestro país. Y a ellos tampoco les sobra el dinero, y ojo no cruzaron el Darién. Son privilegiados también. Ah, y también arreglé mi carrito del 2001.
Gracias al universo este mail me llegó por la mañana, justo un domingo en el que me encuentro reflexionando sobre la situación actual de la argentina (donde vivo) y las pocas posibilidades que hay para mí. Me considero igual que usted, una privilegiada, cuando miro la realidad de mi alrededor, y una desdichada, cuando scrolleo en redes sociales, cuando intento vivir de mi arte y noto la imposibilidad de ese deseo. No hay mucho más consuelo que intentar hacer lo que a uno le gusta, y disfrutar de las cosas que el dinero no da, no compra. Un abrazo ✨